Annie Hall ya no vive aquí
Boris Rozas
Editorial CELYA, 2018
Desde
el propio título, Annie
Hall ya no vive aquí,
el nuevo poemario de Boris Rozas Bayón, nos traslada al ambiente
cinematográfico estadounidense de los años setenta, por una parte
remite a la protagonista de la primera de las obras maestras de Woody
Allen, Annie
Hall
(1977), mítica comedia romántica donde el director de Manhattan
narra el conflicto de una pareja de neuróticos; y por otra a una de
las primeras películas de otro genio neoyorkino, Martin Scorsese,
Alicia ya no
vive aquí
(Alice Doesn´t Live Here Anymore, 1974), que narra las vicisitudes
de una mujer para mantener a su hijo después de la muerte de su
marido en un viaje por Nuevo México y Arizona, de Socorro a Tucson.
Las brillantes interpretaciones de Ellen Burstyn y Diane Keaton, que
les valieron el Oscar a la Mejor Actriz en 1974 y 1977,
respectivamente, parecen ser la fuente de inspiración de la nueva
obra del poeta hispano-argentino, por la que ha merecido el XVI
Premio Internacional de Poesía “León Felipe” de Tábara 2018,
galardón que se suma a la larga lista de reconocimientos que ha
recibido recientemente, como el Primer Premio en el IV Certamen
“Umbral de la Poesía”, organizado por la Asociación Cultural
HABLA de Valladolid, por Las
mujeres que paseaban perros imaginarios
(PiEdiciones, 2017).
Boris
Rozas ya había demostrado su fascinación por la ciudad de los
rascacielos en un poemario anterior, Ragtime
(CELYA,
2012), con el que obtuvo el I Premio de XVI Certamen de Poesía
“Villa de Ermua” 2010 y que comparte con el que nos ocupa más de
una característica. Ahora nos encontramos con un poeta en verdadero
estado de gracia, que ya es poseedor de un estilo reconocible, firme,
maduro.
Vuelve
a publicar Editorial CELYA en su colección “Generación del
Vértice”, con un sugerente diseño de cubierta de Carolina
Bensler, donde se muestra una imagen del Empire State Building, y un
sucinto comentario de contraportada de Diego Puigcercús.
Boris
Rozas organiza los poemas en cinco partes con epígrafes harto
significativos, como el primero, “Lowcost”, donde el autor
refiere en cinco actos el viaje de ida a una tierra prometida, país
de sus sueños cinéfilos, pero también del desencanto, donde el
reloj se aletarga en las salas de espera “donde un equipaje es
como un hogar / en construcción permanente” y donde una maleta
“sabe inevitablemente / a eterna despedida”, pero que también
semejan una bienvenida, una visión entre la urgencia y la
complacencia que Boris Rozas expresa en versos blancos con intención
crítica.
En
“Permiso concedido”, el autor confronta su mirada con las
imágenes de los libros de texto para trazar una lírica panorámica
sobre los “nidos verticales” y las “viejas bahías” de Nueva
York, así entre el bullicio de la ciudad y el silencio del poeta se
mezclan el paisaje urbano y la evocación de José Hierro en el
puente de Brooklyn (“El viejo olmo que aún vigila los cadáveres
del río”), en una especie de alucinación sobre un fondo otoñal,
donde el poeta enfrenta su ars
poetica
con su corazón, que le devuelve la nostalgia y el rostro de la
amada, cuyo físico recuerdo se imbrica con la arquitectura de la
ciudad.
Boris
Rozas entona “Anchong” a ritmo de jazz en diez composiciones
donde el lenguaje adapta el ritmo de las partituras de John Coltrane.
Frente a un horizonte de áticos y grúas el poeta reclama la
“libertad para sentirme enjaulado entre las letras” y es que todo
el libro constituye una suerte de metapoemario donde el autor
reflexiona sobre su quehacer para creerse “marca comercial”,
mientras hilvana un discurso paralelo donde denuncia las injusticias
del capitalismo porque “no siempre ganan los que más tienen”.
En
“La primera vez que salté por una escalera de incendios”, se
suceden los lugares como hitos en el tránsito melancólico del
poeta: Washington Square, Greenwich Village, Christopher Street,
Columbus Circle, Grand Central, el Bronx… donde la soledad y la
pérdida se adueñan del amor y los recuerdos.
Cierra
el poemario la parte que da título al conjunto, donde Boris Rozas
vuelve sobre sus pasos, como “uno de tantos”. Aquí el lenguaje
se aproxima a la imagen de inspiración surrealista, no hay más que
ver estos versos: “el futuro / es un puñado de manzanas silvestres
/ adornando la entrada / a los garajes del parking”. Del realismo
al onirismo, así podríamos definir el nuevo trabajo de Boris Rozas,
que destaca por su solvencia y gran variedad de recursos para
resolver bien los versos.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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