Artículo publicado en Dossier de poesía española
Núm. 2 de EXÉGESIS (Otoño 2018 - Primavera 2019).
Núm. 2 de EXÉGESIS (Otoño 2018 - Primavera 2019).
Revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao.
Blas
Muñoz Pizarro:
Del
olvido a la luz
Por
Gregorio Muelas
Bermúdez
Blas
Muñoz Pizarro (Valencia, 1943) es uno de los poetas más destacados
y laureados de las letras españolas, numerosos premios jalonan su
obra, que se inició en 1971 con una primera etapa de creación, que
abarca hasta 1981 con la publicación de Naufragio
de Narciso,
luego permanece en silencio durante cinco lustros, un largo período
dedicado a la reflexión e introspección, hasta que en 2007 finaliza
La
mirada de Jano,
que mereció el prestigioso Premio de Poesía “Paco Mollá” 2008,
y que le devuelve a la primera plana. Desde entonces no ha dejado de
cosechar galardones, algunos tan importantes como el Premio Miguel
Labordeta 2010 del Gobierno de Aragón por La
herida de los días,
que además obtuvo en 2012 el Premio de la Crítica Literaria
Valenciana, que concede la Asociación Valenciana de Escritores y
Críticos Literarios (C.L.A.V.E.); el Premio “Ernestina de
Champourcín” 2010 concedido por la Diputación Foral de Álava por
Viva
ausencia;
el Premio del XXVIII Certamen Poético “Ángel Martínez Baigorri”
2011, convocado por el Exmo. Ayuntamiento de Lodosa (Navarra), por La
mano pensativa;
y el Premio “Flor de Jara” de Poesía 2012 otorgado por la
Institución Cultural “El Brocense” de la Diputación Provincial
de Cáceres por En
la desposesión,
que supone un
punto de inflexión en la obra del autor, que con este libro inicia
un ejercicio metalingüístico donde explora nuevos cauces de
expresión.
Nos
hallamos, pues, frente a una obra influyente y extensa, caracterizada
por un gran rigor técnico y estético y un estilo muy depurado, que
alcanza su cenit en 2015 con la edición de De
la luz al olvido. Antología personal (1960-2013),
publicada por Ediciones Vitruvio. Un elegante volumen de 250 páginas,
con un extenso y documentado prólogo de Sergio Arlandis, donde el
poeta valenciano reúne lo más granado de su obra poética, desde
los inéditos rescatados de sus primeros poemas, escritos entre 1960
y 1965, hasta una amplia muestra de su más reciente trabajo inédito,
El
paso de la luz.
La
herida de los días
Blas
Muñoz Pizarro demuestra un impecable dominio del endecasílabo en
este conjunto de veintinueve sonetos blancos, sin rima consonante,
donde alcanza altas cotas de percepción de la realidad poemática.
El bellísimo título sintetiza la loable aspiración del autor de
plasmar cómo el ineluctable paso del tiempo, siempre en fuga,
acrecienta la herida por dónde el olvido se apropia de la memoria
necesaria.
El
libro se inaugura con un “Pórtico” a modo de prefacio, que nos
habla de la inveterada condición del héroe, ser abocado a avanzar
en silencio bajo la mirada admonitoria de aquellos que le amaron,
testigos mudos del sacrificio que se le exige y que no admite el
fracaso. El poemario se clausura con un poema, “Mi óbolo”, como
dádiva que el hombre entrega en agradecimiento por su paso, breve,
por la vida.
Estructurado
en forma de diario, Blas Muñoz Pizarro nos conduce de la mano a
través de un inquietante viaje iniciático por un mundo
constantemente amenazado por la nada. La luz que recién nacida ya
vislumbra su postrer apagamiento, el dolor que agrieta el alma con la
irrevocable ausencia de seres que aún transitan por la memoria, la
ceniza como residuo fúnebre de aquello que antes rebosaba de vida,
pero también celebración de ésta última, por tanto himno tamizado
de elegía. Nos hallamos, pues, ante una poesía de corte metafísico
que trata de hallar certezas desbrozando el todo de la nada.
Elegancia
e inteligencia definen el estilo de un poeta capaz de describir el
mundo de un modo auténtico y personal. Solo la experiencia del poeta
es capaz de rescatar pasajes acerados en la memoria. El tiempo hiere
y marca cicatrices en el alma sensible del poeta, que revive ciertos
momentos al contactar de nuevo con aquellos lugares donde el recuerdo
se ha obstinado en permanecer más allá de la conciencia y que como
la magdalena proustiana, solo espera la circunstancia idónea para
manifestarse, así en “Día de Reyes” una fecha le devuelve un
episodio de infancia enmarcado tras una ventana, como un cuadro de
nostalgia; o en “1950 (por ejemplo)” donde la mirada del poeta
arroja luz sobre las sombras que habitan en la antigua casa familiar.
La
creación poética también ocupa un lugar importante en
composiciones tan memorables como “Otro fulgor”, “Poética (o
no)”, “Razón de ser”, “Este oficio de penumbras”, o el
emotivo “Un libro dedicado (1974)”, que evoca la figura y el
magisterio del gran poeta alicantino Juan Gil-Albert.
En
definitiva, “esta suma de restos, o de restas” que es la poesía
de Blas Muñoz Pizarro es capaz, merced a la sabiduría y el
instrumento de la bella palabra, de avivar las cenizas, de recomponer
un mundo interior erosionado por el paso implacable de los días.
En
la desposesión
En
En
la desposesión,
Blas Muñoz Pizarro prescinde de las estructuras clásicas que venía
cultivando en anteriores trabajos para ahondar en una forma novedosa
donde cada palabra adquiere un peso específico, ocupando un espacio
en el poema que resulta esencial para su significado. El lenguaje
también se ve sometido a un ejercicio de despojamiento de toda
retórica en el afán del poeta por encontrar la palabra exacta,
aquella que albergue el máximo sentido, para ello Blas Muñoz
recurre en ocasiones a cultismos y arcaísmos de una belleza
contundente: alcuza,
decalógico,
nidal,
turbión,
esquinza,
hialino,
parusía,
celajes,
barda,
sólita,
coadjutor,
nadir...
El
poemario se abre con una emotiva dedicatoria al amigo desaparecido
José Luis Parra, “que creyó en este libro”, y le sigue una
significativa cita de José Ángel Valente, con quien comparte cierta
voluntad de fondo y cuya influencia se deja sentir a lo largo de todo
el poemario (“cuando ardían / las palabras de la tribu / alrededor
de nuestras frentes”), que nos invita a trasminar la estrecha linde
donde la luz y la oscuridad se imbrican tersamente. Los versos de
Blas Muñoz se forjan en el yunque de la palabra contenida, un
ejercicio que obra a favor de un sentir profundo que se reparte en
cuarenta y tres cantos de ritmo imparisílabo, divididos en tres
grandes secciones sin más título que su correspondiente número
cardinal, una estructura que tiene mucho que ver con el sentido
global del libro, que tiende a una suerte de minimalismo que lo
aproxima a la denominada “poesía del silencio”. Un exigente
trabajo de condensación que, sin embargo, consigue soslayar el
hermetismo característico de este tipo de poesía por la capacidad
de Blas Muñoz para generar imágenes de gran plasticidad.
En
el límite herido de la luz
empieza
el canto.
Así
comienza un poemario que reflexiona sobre temas que tocan a la
condición del hombre en cuanto a ser sensible que se cuestiona su
sentido, su estar en el mundo. Son frecuentes los vocablos que
denotan un interés metafísico y que gracias a un ritmo deslumbrante
le permiten alcanzar una cima lírica. Las citas de Luis Rosales y
Carlos Marzal, que introducen la segunda y tercera parte
respectivamente, ahondan en el sentido de un poemario tan coherente
como heterogéneo donde Blas Muñoz templa su pluma sobre tres
grandes temas: la desposesión del lenguaje, “los signos / de la
desolación / de la mano que escribe”; la desposesión de la vida,
“entre sueños y olvidos”; y la desposesión del ser, “la
ceguera implacable / que en su luz nos oculta”. Blas Muñoz ordena
su discurso del lenguaje a la nada, del tiempo de la escritura al
“tiempo endurecido” del silencio, un mensaje que cierra a modo de
tesis:
Y
en la desposesión
dueño
soy
de
una ausencia.
En
conclusión, nos encontramos con un poemario en el que Blas Muñoz
Pizarro revisa su estilo en aras de conseguir, si cabe, una mayor
densidad expresiva. He aquí un libro con un alto poder sugeridor que
por su alcance y hondura merece figurar entre las grandes obras del
decenio.
Magnífica reseña. Admiro muchísimo a Blas Muñoz Pizarro, su obra y su persona. Saludos cordiales.
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