Artículo publicado en el Nº 54 Agua de la Revista Cultural de la Asociación Sede:
Amo
el agua,
contestó el cineasta ruso al ser interrogado por la constante
presencia del elemento líquido en sus películas. El agua siempre ha
ejercido un alto poder hipnótico a través de su cadencia musical en
forma de lluvia o de corriente continua, un poder que Tarkovski sabía
emplear con maestría para potenciar o enmarcar algunas de las
escenas más emblemáticas de su filmografía. Para hallar el sentido
a esta constante debemos acudir a la propia biografía del autor pues
el agua era parte integrante del paisaje donde se había desarrollado
su infancia: en
Rusia hay largas temporadas de lluvia que despiertan la nostalgia.
Podríamos
definir el agua como elemento estético y aunque en diversas
ocasiones el propio cineasta ha negado un significado simbólico, sin
duda Tarkovski intuyó un significado más profundo, que conecta con
lo espiritual, con la esencia mística de las cosas. Así sucede en
Nostalgia
(1983), donde el agua impregna cada secuencia en sus más diversas
formas: gran parte del film se desarrolla en Bagno Vignoni, cuya
piscina termal alberga primero a unos seres racionales que cuestionan
la locura de Domenico, y después es el espacio donde se desarrolla
el sacrificio para salvar a toda la humanidad; además está la
lluvia, que desempeña una función purificadora que señala el
tránsito de la vigilia al sueño, y también invade espacios
cerrados, como la casa de Domenico.
La
aparición del agua no sólo responde a una mera función estética,
ni es fruto de la casualidad, sino que obedece a una causalidad y
adquiere una dimensión poética, y en este sentido entronca con la
obra de otro gran cineasta soviético como Aleksandr Dovzhenko.
Tarkovski es un poeta del cine, que conoce el poder del agua para
generar determinados estados de ánimo, en ocasiones esta aparición
va acompañada de los acordes electrónicos de Eduard Artemiev, una
sabia combinación de la que emana una atmósfera onírica que nos
traslada al ámbito de lo metafísico, de lo trascendental.
El
cine de Andrei Arsenievich está salpicado de charcos y de charcas,
inolvidable aquella en la que se reflejan los arcos de la abadía en
el final de Nostalgia,
pero si hay una imagen recurrente es la lluvia desbordándose de
tazas y botellas, como metáfora visual del alma que se colma de
belleza.
Además
Tarkovski es un consumado maestro en el arte de combinar contrarios,
como el agua y el fuego, así sucede en El
espejo (1974),
donde la cámara se desplaza siguiendo el movimiento de los
personajes en el interior de la casa hasta detenerse en el goteante
soportal para reencuadrar el incendio de la dacha familiar, o en
Nostalgia,
donde un libro de poemas de Arseni Tarkovski, padre del cineasta, se
quema al borde de las aguas y que nos lleva de nuevo al terreno de la
ensoñación.
El
agua como símbolo de pureza, de transparencia, encuentra su máxima
expresión en Stalker
(1979), donde el agua es parte constituyente de la Zona, en este
sentido es mítica la secuencia que recorre los diversos objetos que
se encuentran abandonados, sumergidos, como testimonio de una
civilización hundida en su miseria espiritual, en su egolatría, en
su falta de comunión con la tierra.
Pero
hay una película donde el agua adquiere una importancia
significativa desde el punto de vista argumental y escénico, me
refiero por supuesto a Solaris
(1972), donde el verdadero protagonista es el planeta homónimo, un
océano pensante capaz de materializar los episodios de culpa, de
remordimiento, de los cosmonautas. El film comienza y termina en el
agua, desde un inicio bucólico con el fluir de un riachuelo en cuyo
fondo se mecen las algas hasta el impresionante plano aéreo final.
El agua es el punto de unión con la Tierra, como hacedora de vida,
pero también como depositaria de los recuerdos que siempre nos
acompañan por mucho que tratemos de alejarnos para olvidar.
En
el cine de Andrei Tarkovski el agua adquiere una función diegética
que mediatiza la acción de unos personajes que toman conciencia de
su ser en el mundo. Podríamos concluir diciendo que para Tarkovski
el agua en su conjunto es símbolo de riqueza espiritual, de
eternidad disfrazada de cotidianidad, de lo infinito.
Gregorio
Muelas Bermúdez
Muy interesante. Gracias.
ResponderEliminarMuy interesante. Gracias.
ResponderEliminarInteresante, gracias por compartirlo. Por cierto, por si te interesa te dejo el link de la reseña del libro de Tarkovski "Esculpir en el tiempo", publicada en nuestra web de reseñas, Capítulo IV: https://capitulocuarto.wordpress.com/2016/11/16/esculpir-en-el-tiempo-andrei-tarkovski/
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