Los refugios que olvidamos
Jesús Cárdenas
Anantes Gestoría Cultural, 2016
Jesús
Cárdenas Sánchez (Alcalá de Guadaira, Sevilla 1973) es un poeta
incansable, tenaz, autor prolífico que año tras año, desde la
publicación de La luz
de entre los cipreses
(Ediciones En Huida, 2012), ha ido entregando a la imprenta poemarios
de calidad contrastada y con eco en los medios. Ahora publica de
nuevo en Anantes Gestoría Cultural, tras Sucesión
de lunas (2015), un
libro de bellísimo título, Los
refugios que olvidamos,
con un sugerente motivo de cubierta, “Manchas de invierno”,
realizado por Jorge Mejías Garrón.
Lo
primero que podemos constatar es que no nos encontramos con una mera
colección de poemas, el autor sevillano organiza a conciencia las
cuarenta y nueve composiciones que integran el libro en torno a
cuatro apartados con epígrafes muy significativos: “La humedad”,
“Hojas secas”, “Anclaje” y “Sumideros”, de similar
extensión, excepto el tercero, más breve, en los que prescinde de
citas y se expresa con cuidada vehemencia y en ritmo imparisílabo.
“Era
tu voz el único refugio/ señalado en la cumbre”. La poesía es
refugio y estos versos sintetizan el espíritu que recorre todo el
poemario, donde naturaleza y sentimiento son los ejes sobre los que
Jesús Cárdenas articula su discurso, veraz, melancólico y en
apariencia sencillo, tras el que se vislumbra un arduo trabajo de
depuración estilística. El sevillano es un trabajador incesante del
verso, al que se entrega con pasión y denuedo, por eso en su poesía
se advierten tintes biográficos, tal vez con el fin de recordar “sin
rencores”, “sin llamas, rescoldos ni cenizas”.
Existen
varios refugios, como el cuerpo amado, “celeste y vibrante”,
“bajo el conjuro de la Vía Láctea”, con un lenguaje elegante
que no desdeña el clasicismo, Jesús Cárdenas concita los grandes
temas de la lírica tradicional pero con un estilo muy personal que
tiene en el silencio su enemigo íntimo, de ahí su empeño por
nombrar las cosas queridas, para no perderlas, para, en definitiva,
no olvidarlas.
Un
halo de melancolía parece recorrer todo el libro, en busca de ese
anclaje metafísico que trascienda la herida, como en el emotivo
poema que dedica a la memoria de su madre, “Ante el castillo de
Sancti Petri”. Por eso “ante la quebradura temporal de la
especie”, después de mucho andar sobre terrenos baldíos, dice el
poeta: “Es hora de verter el vino reservado/ para las grandes
ocasiones/ en las copas que guardan el sabor a embalaje”.
Tal
vez porque “hay una realidad más allá de ésta” damos las cosas
“a fondo perdido”, aunque a menudo nuestra perspectiva se doble
hacia dentro, hacia noches sin luna, es ahí donde la poesía de
Jesús Cárdenas encuentra su horma, en esa visión melancólica que
le impele a decir que “nada vale nada”, una suerte de
incomprensión a la que se impone una mirada crítica sobre la
“perversa realidad”.
Pero
si algo destaca es esa mirada irónica que tan bien sabe aderezar con
apuntes culturalistas, me refiero a “La primavera no se refleja en
la ventana del jardín de E. E. Cummings” y “La camarera del
Folies Bergère”. El más extenso de los poemas, el bellísimo
“Deserción de la materia”, es la antesala a ese “Fin de etapa”
que cierra el libro, con un verso muy significativo: “Ya sabes lo
que hacer: ponme a resguardo”.
En
efecto, con Los
refugios que olvidamos
parece que su autor pretende cerrar una etapa de su obra,
experiencial y meditativa, para iniciar otra que a buen seguro será
fructífera.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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