BLAS
MUÑOZ PIZARRO:
DE
LA LUZ AL OLVIDO, DEL OLVIDO A LA LUZ
Gregorio
Muelas Bermúdez
Blas
Muñoz Pizarro
(Valencia, 1943) es uno de los poetas más destacados y laureados de
las letras españolas en el último decenio, numerosos premios
jalonan su obra, que se inició en 1971 con una primera etapa de
creación, que abarca hasta 1981 con la publicación de Naufragio
de Narciso (Fernando
Torres Editor),
luego permanece en silencio durante cinco lustros, un largo período
dedicado a la reflexión e introspección, hasta que en 2007 finaliza
La
mirada de Jano (Editorial
Agua Clara, 2009),
que mereció el prestigioso Premio de Poesía “Paco Mollá” 2008,
y que le devuelve a la primera plana. Desde entonces no ha dejado de
cosechar galardones, algunos tan importantes como el Premio Miguel
Labordeta 2010 del Gobierno de Aragón por La
herida de los días,
que además fue merecedor en 2011 del Premio de la Crítica Literaria
Valenciana que concede la Asociación Valenciana de Escritores y
Críticos Literarios (C.L.A.V.E.); el Premio “Ernestina de
Champourcín” 2010 concedido por la Diputación Foral de Álava por
Viva
ausencia;
el Premio del XXVIII Certamen Poético “Ángel Martínez Baigorri”
2011, convocado por el Exmo. Ayuntamiento de Lodosa (Navarra), por La
mano pensativa;
y el Premio “Flor de Jara” de Poesía 2012 otorgado por la
Institución Cultural “El Brocense” de la Diputación Provincial
de Cáceres por En
la desposesión.
Nos
hallamos, pues, frente a una obra influyente y extensa, caracterizada
por un gran rigor técnico y estético y un estilo muy depurado, que
alcanza su cenit en 2015 con la edición de De
la luz al olvido. Antología personal (1960-2013),
publicado por la madrileña Ediciones Vitruvio en el n.º 522 de la
Colección Baños del Carmen. Un elegante volumen de 250 páginas
donde el poeta valenciano reúne lo más granado de su obra poética,
desde los inéditos rescatados de sus primeros poemas, escritos entre
1960 y 1965, hasta una amplia muestra de su más reciente trabajo
inédito, El
paso de la luz
(2011-2013). Por el camino siete poemarios propios y tres colectivos,
titulados El
limonero de Homero I,
II
y III,
que toma el título de la tertulia semanal en el Ateneo Mercantil de
Valencia de la que es miembro, donde ha ido publicando poemas sueltos
de diferentes épocas que habían sido premiados desde su regreso a
la escritura en 2006.
El
volumen, de primorosa edición, se abre con un extenso y documentado
prólogo de Sergio Arlandis, escrito durante su estancia como docente
en la University of Pennsylvania, que titula “La gran metáfora de
la página en blanco: el diáfano sentido del poema”. Arlandis
demuestra ser un gran conocedor de la obra de Blas Muñoz Pizarro y
redacta un texto que se sitúa a la altura de los poemas que prologa,
no olvidemos que Arlandis, además de notable poeta, es uno de los
críticos y antólogos más reputados del actual panorama literario
español, de ahí la exquisita prosa que aporta para trazar y
sintetizar las líneas principales de la poética del autor
valenciano, de gran riqueza y complejidad. No resulta fácil comentar
una obra tan rica en matices, tan vasta en ideas y sin embargo
Arlandis consigue salir airoso con este estudio preliminar de veinte
páginas, que permite al lector adentrarse en el mundo de un autor
esencial para comprender una parte fundamental de la poesía española
de las últimas décadas. Sin duda, el prólogo de Sergio Arlandis es
un valor añadido a un libro que reúne prácticamente la obra
completa de un poeta de indudable relevancia y reconocida trayectoria
como Blas Muñoz Pizarro.
El
texto de Arlandis merecería un comentario más extenso por la
precisión de su prosa y su profundidad expositiva, que introduce
sabiamente al lector en la emoción y técnica de los versos.
Citaremos un fragmento del prólogo para ilustrar el fondo de sus
palabras, así dice: “De
la luz al olvido
da un salto cualitativo en la poesía española del momento, no sólo
sobrepasando los estrictos márgenes de la idoneidad de un lenguaje y
de unos temas más o menos candentes, sino -y sobre todo- porque
regenera un concepto que ha ido confundiéndose con la originalidad
por culpa de la pujanza del mercado editorial: la autenticidad”.
Una afortunada afirmación que permite a Arlandis encuadrarlo dentro
de un particular elenco de autores forjados por su propia
idiosincrasia, guiados por una personal veleta, lejos de los cantos
de sirena generacionales, un algo de vocación juanramoniana que
también podemos apreciar en la alargada sombra de otros de los
grandes poetas de nuestro tiempo, como el ya desaparecido César
Simón o Joan Margarit. Queda para otro artículo el apasionante
estudio de las evidentes analogías del poeta valenciano con estos
autores, desplazados como él del canon.
Es
precisamente esa estricta autenticidad la que más y mejor
caracteriza la obra poética de Blas Muñoz Pizarro, tan próxima a
su estilo de vida, pues en él el consabido binomio autor y obra
parece integrarse en un todo indisociable, tanto es así, que el
autor valenciano ya destila en sus primeros poemas una voz personal y
única que irá perfilando en sus siguientes obras hasta decantar en
los poemas de fina raíz vanguardista de En
la desposesión,
su último poemario impreso hasta la fecha.
La
poesía de Blas Muñoz ha concitado la admiración y el respeto de
otros poetas valencianos, que han tomado su obra como ejemplo a
seguir y guía y que no dudan en tomarlo como maestro, así, además
del prologuista, Sergio Arlandis (Contexturas,
Desorden),
podemos citar a César Márquez Tormo (Rosa
al oído),
José Antonio Olmedo López-Amor (El
testamento de la rosa,
La
flor de la vida)
y, qué duda cabe, quien suscribe estas páginas. Sin duda, José
Antonio Olmedo López-Amor, quien firma sus trabajos de creación
literaria bajo el seudónimo Heberto de Sysmo, es uno de los grandes
estudiosos de la obra de Blas Muñoz, a través de las reseñas
críticas de dos de sus poemarios, de La
mano pensativa
en la prestigiosa web Todo Literatura, y de la antología De
la luz al olvido
en la revista La Galla Ciencia, incluyendo en esta última una
interesante entrevista al autor.
No
duda José Antonio Olmedo en calificar la antología de Blas Muñoz
de “libro imprescindible” y acierta al afirmar que el largo
período de silencio unido a la escasa distribución de sus últimos
poemarios, y ello a pesar de haber sido distinguidos con premios de
relevancia, han obrado en contra de la fama que la obra de Blas Muñoz
Pizarro merece en el ámbito nacional y que hace de esta antología
un libro realmente necesario que viene a hacer justicia al talento y
dedicación de su autor. Es de agradecer, pues, que Pablo Méndez,
editor de Vitruvio, halla tenido a bien paliar ese desconocimiento
con la publicación de este esmerado volumen.
Pero
si algo llama la atención, además del título, es la estructura del
mismo, más allá del orden cronológico, que como indica el
subtítulo, abarca desde 1960 hasta 2013. El título, un heptasílabo
de belleza sobrecogedora y harto significativo, da paso a una
estructura que dice mucho de la evolución de su autor, que introduce
unos “Pecios”, hasta IV, donde rescata e inserta poemas inéditos
y exentos. Pecios que deben mucho a ese naufragio de Narciso que
titula su primer poemario. La antología se inicia, pues, con “Pecios
I”, que reúne siete de sus primeros poemas, escritos entre 1960 y
1965, y que culmina con un bellísimo soneto, “Nana de tu
ausencia”, escrito “para el hijo que nunca vendrá”,
dolorosamente consciente de que al cabo resulta “inútil tener voz
para nombrarte”.
A
continuación viene “La danza”, integrado por un único y extenso
poema de título homónimo, escrito entre 1965 y 1971, en
alejandrinos de verso blanco, y con el que su autor obtuvo el premio
“José Antonio Torres”. Un poema de madurez a pesar de la
juventud de su autor y donde se confirma la voz pulida de Blas Muñoz
en aquella temprana época. Hasta aquí podemos observar la
versatilidad y el dinamismo de su estilo, caracterizado por el
dominio de múltiples formas, desde las fijas, fieles al canon, a las
abiertas, desde el verso medido, de raíz clásica, al verso libre,
desde la consonancia o la asonancia a la blancura del verso suelto, y
es que Blas Muñoz Pizarro somete el fondo de su discurso a la forma
idónea. De esa sabia conjunción deviene la emoción del poema, que
se expresa con la precisión de la experiencia pues, como veremos más
adelante, no hay poco de autobiográfico en sus poemas.
Naufragio de Narciso
Le
sigue el texto íntegro de Naufragio
de Narciso,
datado entre 1971 y 1973, compuesto por cinco apartados: “En
vano”, “Manifiesto de los muertos bajo el agua”, “La frente
en el cristal”, “La corbata” y “Consumación”. Aquí el
autor toma la leyenda de Narciso como pretexto para hilvanar una
aguda reflexión sobre lo efímero de la belleza. Este es un poemario
complejo por el hondo calado de sus poemas y lo existencial de su
discurso: “Naufragio de la luz. / Naufragio en nada”.
Antes
de abordar el estudio de sus obras más representativas, realizaré
un recorrido sucinto por las partes que vertebran el trabajo de una
vida dedicada al noble ejercicio de la lírica. A La
mirada de Jano,
verdadero
punto de inflexión en su poesía, y al que dedicaremos un extenso
comentario, le sigue “Pecios II”, que agrupa dos poemas exentos,
escritos entre 2006 y 2008, “El silencio de Dios” y “Estación
de término”, en el primero el autor equipara ese gran silencio con
el del poeta, que cuando calla “las cosas pierden sus nombres”, y
en el segundo deja pasar el tren porque “no es hora todavía”.
Con
“El que silba entre las cañas” obtuvo el Premio II Certamen de
Poesía “Poeta Juan Calderón Matador” 2010, convocado por la
Plataforma Cultural “Raíces de Papel” de Madrid, un poemario que
supone un impasse
en
la tensión poética de Blas Muñoz, pues aquí el verso se distiende
y adopta el pentasílabo y el heptasílabo para hablar con aparente
sencillez de las cosas que mudan y del tiempo que pasa, entre el
anhelo y la esperanza, como reza este fragmento: “Escribió / el
primer verso / como si fuera el último.” Se trata, pues, de una
obra de transición, como puente necesario hacia una poesía más
exigente.
Le
siguen “Pecios III” (2009-2010), donde reúne tres poemas exentos
y culmina con un bellísimo endecasílabo: “Inane es la verdad
cuando no duele” (“Prótesis segunda”); y “Pecios IV”
(2011-2012), que incluye otros cinco poemas, sus últimos exentos,
donde su particular voz brilla ante el espejo: “Me observas si te
observo”.
La
mirada de Jano
La
mirada de Jano
representa, como decíamos, el primer punto de inflexión en la obra
del poeta valenciano, que aquí se presenta íntegro, con dos
períodos de creación separados por cinco lustros: 1973-1981 y
2007-2008. Un poemario de estructura circular, dado que en su
principio está su final y en su final está su principio, a la
manera de T. S. Eliot, algo que, además, queda patente en los
títulos de las composiciones: “Habla el rostro en sombra de Jano”
y “Habla el rostro iluminado de Jano”, primer y último poema del
libro.
Una
estructura compleja que ha analizado con gran perspicacia José
Antonio Olmedo López-Amor:
El
siguiente poema —y a partir de este todos los demás—, está
escrito en heptasílabos blancos, heptasílabos que conforman una
estrofa de siete versos (septeto), estrofa que en este primer poema
es poema en sí, pero que en los poemas posteriores irá aumentando
en número a razón de una estrofa por poema. Es decir, que el
conjunto irá creciendo exponencialmente en progresión geométrica,
así hasta llegar al poema número siete. Por lo tanto, tendremos
siete poemas compuestos de estrofas de siete versos, algo que subraya
la importancia de dicho número para el autor. Para Pitágoras, el
siete era el número perfecto. El número siete está considerado el
signo del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia, el análisis
psíquico o la sabiduría. La Luna cambia de fase cada siete días.
Hay algo mágico en ese número, algo irracional y poderoso que el
poeta pretende inocular en sus versos a través de la estructura, y
no sólo eso, cada poema de este conjunto está asociado a uno de los
siete colores del arco iris y a toda su simbología. Al finalizar
cada poema, entre paréntesis, aparece el nombre de un color, son
siete y en total son —como descubrió Newton— los colores que
forman el espectro luminoso. Llegados a este punto debemos ser
verdaderamente conscientes de la complejidad de este trabajo, un
sistema de versos perfectamente hilvanad encajado que por su
precisión resulta inamovible.
Al
llegar al siguiente bloque de La
mirada de Jano,
titulado “Tríptico del espectro contemplado por Jano”; núcleo
del sistema; advertimos que su autor ha complicado más la
arquitectura del poemario y encontramos, que el primero de los tres
poemas se compone de los siete primeros versos de los poemas
anteriores, es decir, una especie de glosa a la inversa que titula
“Visión del arco iris”. El segundo poema es de nuevo un septeto
de nombre “Visión de su reflejo” y el tercer poema “Círculo
total” es la combinación en siete versos alejandrinos de los dos
poemas anteriores. Esta ordenación cabalística de los versos es
capaz de hacer pensar a cualquier lector que en los poemas de Blas
Muñoz hay mucha más poesía de la que es capaz de leer. La
hipertextualidad adquiere un valor preponderante. Pero al seguir
leyendo los siguientes “siete” poemas del libro, volvemos a
descubrir que el septeto titulado “Visión de su reflejo”, el que
constituía el segundo poema del núcleo, es glosado en los
siguientes poemas en cada uno de sus primeros versos. La cuadratura
total de esta mímesis matemática y cósmica, tiene lugar con la
lectura de “Habla el rostro iluminado de Jano”, último poema que
clausura el poemario con ese regreso al principio, de nuevo
alejandrinos y de nuevo es el dios, ahora derrotado, quien describe
entre ruinas, la composición de campo de su tragedia.(1)
En
La
mirada de Jano se
acentúa la vertiente culturalista de su autor, con citas de los
Fastos de Ovidio, en la línea de otros grandes poetas valencianos,
de nacimiento o de adopción, que asimilaron esta propuesta e
hicieron de ella un rasgo distintivo de su generación, me refiero,
sin duda, a Jenaro Talens (1946), Guillermo Carnero (1947) y Jaime
Siles (1951). Coetáneo de estos, incluso unos años mayor, la obra
de Blas Muñoz ha tenido, no obstante, una menor trascendencia,
debido al largo período de silencio que se antepuso el autor y al
hecho de no haber publicado en una editorial con distribución
nacional.
A
continuación pasamos a analizar la etapa más fructífera del poeta
valenciano (2010-2013), donde en apenas cuatro años consiguió
alzarse con algunos de los premios más prestigiosos de las letras
castellanas.
La
herida de los días
Blas
Muñoz demuestra su absoluta pericia en el empleo del endecasílabo
en este conjunto de veintinueve sonetos blancos, sin rima consonante,
donde alcanza altas cotas de percepción de la realidad poemática.
El bellísimo título sintetiza la loable aspiración del autor de
plasmar cómo el ineluctable paso del tiempo, siempre en fuga,
acrecienta la herida por dónde el olvido se apropia de la memoria.
La
palabra poética le sirve de lúcido escalpelo para ahondar con
asombrosa veracidad el velo que recubre las cosas, consiguiendo
trascender la pura anécdota para desvelar la esencia de esas cosas
que aunque fugaces dejan tras de sí un amplio poso en la memoria.
El
libro se inaugura con un “Pórtico” a modo de prefacio, que nos
habla de la inveterada condición del héroe, ser abocado a avanzar
en silencio bajo la mirada admonitoria de aquellos que le amaron,
testigos mudos del sacrificio que se le exige y que no admite el
fracaso. El poemario se clausura con un poema, “Mi óbolo”, como
dádiva que el hombre entrega en agradecimiento por su paso, breve,
por la vida.
Estructurado
en forma de diario íntimo, Blas Muñoz nos conduce de la mano a
través de un inquietante viaje metafísico por un mundo
constantemente amenazado por la nada. La luz que recién nacida ya
vislumbra su postrer apagamiento, el dolor que agrieta el alma con la
irrevocable ausencia de seres que aún transitan por la memoria, la
ceniza como residuo fúnebre de aquello que antes rebosaba de vida,
pero también celebración de ésta última, por tanto himno tamizado
de elegía. Nos hallamos pues ante una poesía de corte metafísico
que trata de hallar certezas desbrozando el todo de la nada.
Elegancia
e inteligencia definen el estilo de un poeta capaz de describir el
mundo de un modo auténtico y personal. Sólo la experiencia del
poeta es capaz de rescatar pasajes y paisajes acerados en la memoria.
El tiempo hiere y marca cicatrices en el alma sensible del poeta que
revive momentos al volver a contactar con lugares donde el recuerdo
se obstina en permanecer más allá de la conciencia, que como la
magdalena proustiana sólo espera la circunstancia exacta para
manifestarse, así en “Día de Reyes” una fecha le devuelve un
episodio de infancia enmarcada tras una ventana como un cuadro de
nostalgia; o en “1950 (por ejemplo)” donde la mirada del poeta
arroja luz sobre las sombras que habitan en la antigua casa familiar.
La
propia creación poética ocupa también un lugar importante en
sonetos tan memorables como “Otro fulgor”, “Poética (o no)”,
“Razón de ser”, “Este oficio de penumbras”, o el emotivo “Un
libro dedicado (1974)”, que evoca la figura y el magisterio del
gran poeta alicantino Juan Gil-Albert.
En
conclusión, “esta suma de restos, o de restas” que es la poesía
de Blas Muñoz es capaz, merced a la inteligencia y el instrumento de
la bella palabra, de avivar las cenizas, de recomponer un mundo
interior erosionado por el paso del tiempo.
Viva
ausencia
El
libro se abre con un prólogo de Antonio Mayor, compañero de versos
en la tertulia “El limonero de Homero”, que con fino olfato sabe
rastrear las claves de un poemario tan íntimo como necesario en la
trayectoria literaria de Blas Muñoz, que como bien señala el
prologuista, ha sabido aunar con precisión estética fondo y forma
para ofrecernos “una
poesía a la vez actual y eterna”.
Viva
ausencia
se divide en VII apartados y un Final a modo de epílogo soñado.
Como antesala a las diversas estancias por las que el poeta nos
adentra, nos encontramos unos versos de un heterónimo de Pessoa,
Alberto Caeiro, que sintetizan la tesis principal que inspira el
libro: la soledad creadora, dolorosa y fructífera.
La
primera parte, que da título al conjunto, está compuesta por siete
sonetos de factura clásica, donde el poeta entabla un diálogo con
el tiempo huido, un ajuste de cuentas con el pasado. Esta parte
contiene el “Tríptico de tu ausencia”, de hondo tono elegíaco,
donde se advierte que la ausencia de la figura del padre marcó un
verdadero punto de inflexión, pues a ese gran ausente le debe el
poeta no sólo la vida, sino el silencio, y la palabra rediviva.
La
segunda parte, titulada “Naturaleza muerta”, está integrada por
siete décimas inspiradas en objetos cotidianos como un jarrón, un
guante, un sillón, un disco de vinilo o una manzana, donde el poeta
anima lo inerte con ánimo de conjurar lo perdido.
En
la tercera parte, “Tal vez tú”, Blas Muñoz retoma el soneto en
siete bellas composiciones donde su destreza rítmica se pone al
servicio de la profundidad psicológica, aquí el paisaje y los
fenómenos que en ellos se vislumbran (crepúsculo, lluvia), unido a
la atmósfera propia del otoño y el invierno, devienen en nostalgia.
La
cuarta parte, con el título “Nada”, está encabezada por una
significativa cita de Francisco Brines, que nos introduce en el único
poema que compone esta parte, que merced a la deconstrucción de su
estructura y la rima segmentada oficia de centro sobre el que se
ordena todo el poemario.
En
la quinta parte, “Unas décimas de fiebre”, nos hallamos de nuevo
con siete ingeniosas décimas que son fruto del recuerdo de momentos
dichosos marcados por “la
alegría de la pena”.
La
sexta parte, titulada “Ardido ardid”, la integran un poema en
prosa y siete bellísimos sonetos, que bien nos sorprenden por su
abruptos encabalgamientos, es el caso “Forma segunda”, o nos
deleitan por su propuesta metapoética pues el poeta reflexiona sobre
su arte al discernir la belleza de lo pútrido, como el vuelo de las
gaviotas sobre el vertedero, y en sendos homenajes a Gérard de
Nerval y la paloma de Alberti.
En
la séptima y última parte, “Álbum de esbozos”, Blas Muñoz
vuelve a la décima, pero en esta ocasión adaptando su forma a un
modo muy particular de ordenar su discurso con la gracia y el ingenio
que le inspiran la luz, el viento y la lluvia de las tierras
andaluzas.
En
definitiva, nos hallamos ante un poemario que gracias al magistral
empleo de ciertas estructuras clásicas, como el soneto y la décima,
permiten al poeta ordenar ese caos que a veces es la vida y asumir
sus derrotas.
La
mano pensativa
Blas
Muñoz Pizarro es un poeta polivalente que no sólo domina con
maestría los metros clásicos de la lengua castellana sino que se
aproxima a formas tan exóticas como el haiku, el senryu y la tanka,
así sucede en La
mano pensativa,
donde practica las estrofas japonesas con verdadero ingenio.
Ediciones
Fecit se encarga de la publicación, con una ilustración de cubierta
de Susana Benet, que acompaña el sugerente título con un almendro,
y que firma además, como especialista en la materia, un excelente
prólogo donde se hace eco de la popularidad de un género que
encuentra en Blas Muñoz Pizarro a un digno cultivador, que lo aborda
con respeto y acierto.
Tras
una dedicatoria a sus compañeros de “El limonero de Homero”,
Blas Muñoz inicia el poemario con un soneto de impecable factura,
que además de titular e introducir el conjunto, vehicula su
contenido dado que canta a los cuatro elementos, y a ellos se
consagran los restantes apartados del libro, que divide en tres
bloques: el mencionado “Inicio”, compuesto por el soneto
homónimo; “Tal vez otra luz”, que subdivide en tres apartados
dedicados a cada una de las formas clásicas japonesas y que
constituyen el grueso del poemario; y un “Final (Para el fuego)”,
constituido por un único poema donde el pincel tinta los versos que
acabarán siendo pasto de las llamas, en una actitud consecuente con
el espíritu nipón de integridad y despojamiento.
El
primer bloque, que lleva el significativo título de “Haikus de la
piedra en el agua”, está constituido por veinticinco composiciones
de factura clásica, de acuerdo con el canon occidental de tres
versos de 5-7-5 sílabas. Como haijin que se precie, Blas Muñoz se
hace eco de los acontecimientos de una naturaleza cambiante, siempre
viva, que nos sorprende a cada paso con la humildad del milagro
cotidiano, sencillo, ese que pasa casi inadvertido y se ofrece de
continuo al privilegiado espectador que lo sepa descifrar entre el
fulgor y el ruido, Blas Muñoz observa en silencio y nos regala ese
milagro en tinta negra, he aquí un par de bellísimos ejemplos:
“Vuelve
a llover.
Se
desbordan los cálices
de
los narcisos.”
“Brisa nocturna.
El
mar huele a naranjo
y
a jazminero.”
En
el segundo bloque, titulado “Senryus del sueño de la tierra”,
Blas Muñoz nos vuelve a ofrecer veinticinco composiciones, que
siguen la misma estructura que el haiku pero con diferente punto de
vista, aquí es el hombre,y sus circunstancias, el protagonista de
los versos, incluso las cosas adoptan gestos humanos, o éstos se
asocian con algún elemento de la naturaleza que lo reemplaza o
complementa para reproducir un determinado estado de ánimo o
sentimiento, como la soledad o la nostalgia. Veamos algunos ejemplos:
“Siempre
recuerdo
canciones
olvidadas
cuando
te alejas.”
“En mi recuerdo
mi
padre aún las teje:
sillas
de anea.”
En el tercer bloque, “Tankas de la sombra del fuego”, Blas Muñoz vuelve a reunir veinticinco composiciones de un género poco practicado en nuestra lengua, y no siempre con el rigor necesario, sin embargo el autor valenciano sale airoso de tan difícil empresa gracias a que adopta el talante que requiere este tipo de composición milenaria que tanto arraigo tiene en la cultura japonesa. De nuevo se ciñe al canon clásico de cinco versos de acuerdo con el esquema métrico de 5-7-5-7-7 sílabas, donde un pensamiento se origina a partir de un hecho externo que lo evoca o lo provoca, he aquí una magnífica muestra:
“Una
flor seca
ha
caído de un libro
que
te dejaste.
Señalaba
un poema
que
aún habla de regresos.”
En definitiva, Blas Muñoz Pizarro hace gala de su oficio en un volumen atípico en su trayectoria literaria pero que como el mismo autor ha afirmado en ocasiones, supuso un verdadero respiro en su enjundioso quehacer poético, realmente exigente y llamado a trascender como la mirada objetiva que requiere el haiku y que dirige esa mano que traduce en versos lo observado para el goce estético del lector.
En
la desposesión
En
la desposesión
supone un punto de inflexión en la obra poética de Blas Muñoz
Pizarro, que con este poemario inicia un ejercicio metalingüístico
donde el autor explora nuevos cauces de expresión, abriendo paso a
un amplio abanico de significados.
En
la desposesión
Blas Muñoz Pizarro se despoja de las ataduras clásicas para ahondar
en una forma novedosa donde cada palabra tiene un peso específico
sobre la página en tanto ocupa un lugar determinado que por su
milimétrica ubicación viene a decir algo esencial, en este sentido
los poemas presentan una estructura interna que se sabe fundamental
para su significado. También el lenguaje se ve sometido a un
premeditado despojo de toda retórica superflua, aquí Blas Muñoz
busca y encuentra la palabra exacta como eco contenido de una
pluralidad de significantes y significados.
El
poemario se abre con una emotiva dedicatoria a José Luis Parra,
amigo del autor, y prosigue con una significativa cita de José Ángel
Valente, cuya influencia se deja sentir a lo largo de todo el
poemario. Así los versos de Blas Muñoz se forjan en el yunque de la
palabra sabiamente contenida, un ejercicio que obra a favor de un
saber y un sentir profundo que se reparte en cuarenta y tres cantos
divididos en tres grandes secciones sin más título que el número
cardinal que por orden les corresponde. Esta estructura tiene mucho
que ver con el sentido global del libro, que tiende a un cierto
minimalismo que lo aproxima a la denominada “poesía del silencio”.
Un trabajo de densificación que, sin embargo, no incurre en el
hermetismo por la capacidad de Blas Muñoz para generar imágenes de
gran plasticidad.
“En
el límite herido de la luz / empieza el canto”. Así comienza un
poemario que reflexiona sobre algunos temas esenciales que tocan a la
condición del hombre en cuanto a ser sensible que se cuestiona su
sentido, su estar en la tierra. Son frecuentes los vocablos que
delatan un interés metafísico de primer orden que merced a un ritmo
deslumbrante le permiten alcanzar una cima lírica. Blas Muñoz se
sirve del heptasílabo y el endecasílabo para ordenar un mensaje que
se cierra a modo de tesis: “Y
en la desposesión / dueño soy / de una ausencia.”.
Las
citas de Luis Rosales y Carlos Marzal, que introducen la segunda y
tercera parte respectivamente, ahondan en el sentido de un poemario
tan coherente como heterogéneo pues son variados los temas sobre los
que Blas Muñoz templa su pluma.
Nos
encontramos ante un poemario donde su autor revisa su estilo con la
intención de conseguir, si cabe, una mayor densidad expresiva.
El
paso de la luz
El
autor data la redacción de los poemas contenidos en este poemario
inédito entre 2011 y 2013, un período de gran actividad creativa,
que coincide en el tiempo con la publicación de sus últimos y más
premiados poemarios. Se trata de doce poemas, de veintiún versos
cada uno, sin más título que un cardinal y el mes al que hacen
referencia, que se especifica al final de cada una de las
composiciones. Resulta curioso que este conjunto de poemas comience a
final de año, es decir, en diciembre, y lo hace con estos versos:
“No
quiero hablar de mí, sino -contigo-”.
Versos endecasílabos, de un ritmo prodigioso y con algún
encabalgamiento, que culminan en noviembre con estos emocionados
versos: “¿Quiénes
somos tú y yo, si ya no somos / aquellos que aún se aman, como
siempre?”.
En
esta nueva colección podemos constatar una vez más la exigencia
formal del autor en aras de alcanzar el perfecto ensamblaje de fondo
y forma, de sentido lírico y arquitectura verbal.
Conclusión
En
definitiva, la obra de Blas Muñoz Pizarro se erige como una de las
más consecuentes y misceláneas de nuestro tiempo, una voz personal,
auténtica, capaz de resistir la opinión del más implacable de los
críticos: el tiempo, que pasa de soslayo sobre aquello que queda.
BIBLIOGRAFÍA:
-
MUÑOZ PIZARRO, B. Naufragio
de Narciso,
Fernando Torres Editor, Valencia, 1981.
-
MUÑOZ
PIZARRO, B. La
mirada de Jano,
Editorial Agua Clara, Alicante, 2009.
-
MUÑOZ PIZARRO, B. La
herida de los días,
Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2011.
-
MUÑOZ PIZARRO, B. Viva
ausencia,
Diputación Foral de Álava, Vitoria-Gasteiz, 2011.
-
MUÑOZ PIZARRO, B. La
mano pensativa,
Ediciones Fecit, Pamplona, 2012.
-
MUÑOZ PIZARRO, B. En
la desposesión,
Diputación Provincial de Cáceres, 2013.
-
MUÑOZ
PIZARRO, B. De
la luz al olvido. Antología personal (1960-2013),
Madrid, Ediciones Vitruvio, 2015.
(1)
“De la luz al olvido” de Blas Muñoz Pizarro y entrevista al
autor, por José Antonio Olmedo López-Amor, La Galla Ciencia,
diciembre 2015.
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