Partes del juego
Eleonora Finkelstein
Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2017
“¿Quién
podría construir la misma ciudad sagrada
con
esta enorme cantidad de escombros?”
Con
este aforema comienza “Desorden”, primera sección de Partes
del juego,
dos versos que sintetizan el estado de las cosas en nuestro mundo,
aquejado por la progresiva desacralización y el alarmante incremento
de las desigualdades. Un comienzo certero para el sexto libro de la
poeta y editora argentina Eleonora Finkelstein (Mar del Plata, 1960),
publicado por Ediciones Liliputienses en la Colección de poesía
Fundación Obra Pía de los Pizarro. El escritor José María
Cumbreño es quien intenta, y consigue, la cuadratura del círculo
con una encomiable labor cultural y editorial que viene dando luz a
lo mejor de la poesía hispanoamericana actual.
Partes
del juego
se divide en tres secciones: la mencionada “Desorden”, “Mítica”
y “Lógica”, integradas por doce, quince y trece composiciones
respectivamente, introducidas por un breve poema a modo de tesis.
Merece la pena citarlos por su precisa elocuencia: “Solo la ciudad
es real, / a veces, la literatura” (Mítica); “Un plan es un
orden de cosas / algunas suceden, otras no” (Lógica).
Sencillez
y lucidez son las señas de identidad de un poemario donde Eleonora
Finkelstein expresa los temas que le preocupan con voz clara, libre
y, sobre todo, con una notable carga de profundidad, como cuando
habla del paisaje: el vertedero (“ahí estaba todo / los deshecho,
lo desechado”), la fundición de una antigua industria, la
universidad, el centro “de una ciudad cordillerana”, México,
Nueva York, Berkeley… Destacan los poemas en forma de tríptico,
donde se intercalan diálogos y acotaciones, y donde se hace eco del
pasado, así se suceden lugares y momentos de “los viejos buenos
tiempos”, que ya no son como eran pues “la memoria es una niebla
dura y ácida”. La poesía de Finkelstein es una cartografía
sentimental aderezada con “efectos especiales” y notas de Patti
Smith.
La
segunda sección no puede empezar con una declaración más
contundente: “-Debo aclarar que esto es ficción. Ficción, / como
todo lo que tenemos en la memoria / por más que lo llamemos
recuerdo-.” Aquí el verso de Eleonora se vuelve más escéptico,
más crítico, así escribe: “unas pocas generaciones sin hambre /
y podemos llamarnos aristócratas”. “Mítica” es un tránsito
por esa memoria reconstruida, esos pasajes entre la imaginación y el
recuerdo; “regresar no es un viaje” llega a decir porque “tanto
habremos cambiado” “que ya ni el perro de la casa (como a Ulises)
nos reconoce”. Así imagina a su bisabuela Graciana o recuerda a su
amor en Amsterdam y las lecciones de ajedrez de su padre, en realidad
un ajuste de cuentas con su progenitor, al que llama con no poca
ironía “Gran maestro”, al que consiguió hacer tablas el día
del divorcio de sus padres.
En
“Lógica”, el discurso contradice constantemente el título pues
los versos adquieren un tono a medio camino entre la inspiración
surrealista y la vocación estética que le prestan ciertos tótems
culturalistas, Ofelia y Circe, o influencias líricas, William Carlos
Williams y Marianne Moore. También observamos una interesante
reflexión sobre la propia escritura, “el maravilloso mundo de las
ideas” donde el “ritmo es un veneno” y el sentido “es un
veneno peor” al que la forma, ventana al cielo o al suelo, nos pone
a mano una salida. Aquí también el verso adopta un trazo
aforístico, veamos dos magníficos ejemplos: “1) Futuro es el
próximo segundo”; “2) Verdad no es una suma de datos”.
En
conclusión, Eleonora Finkelstein pone sobre la mesa su parte del
juego, del juego que es la vida, la vida tamizada por el pensamiento
como esa regla que mide los planos de un edificio en construcción.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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