Melancolía por lo fugaz
Innokenti Ánnenski
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016
Innokenti
Ánnenski (1855-1909) fue el máximo exponente de la primera ola del
Simbolismo ruso, sin embargo, su obra influyó notoriamente a la
generación de los poetas acmeístas y post-simbolistas, que
reaccionaron contra el hermetismo, la polisemia y el misticismo
característico de los simbolistas con un lenguaje claro, puro. Así
grandes poetas acmeístas, como Anna Ajmátova o Nikolái Gumiliov,
lo consideraron su maestro, y a pesar de haber publicado un único
poemario en vida, Canciones apacibles, bajo el pseudónimo
Ni-któ (Nadie), su obra mereció el elogio y la admiración de Osip
Mandelstam y Boris Pasternak.
Vaso
Roto Ediciones publica una impecable antología en edición bilingüe
ruso-español, Melancolía por lo fugaz,
con traducción y prólogo de
Natalia Litvinova. La poeta
bielorrusa afincada en Buenos Aires realiza una excelente labor de
traducción al trasladar la
emoción del poeta siberiano en un libro
por primera vez en
nuestro idioma, que nos
permite conocer de
primera mano una poesía
esencial para comprender
la evolución de la literatura rusa en la denominada Edad de Plata.
El
sugerente grabado de cubierta de Víctor Ramírez invita
al lector a adentrarse en sus versos, precedidos por un prólogo de
Natalia Litvinova, que titula
“El maestro” y que sitúa
al autor en su
convulsa época, donde
se erigió como un verdadero
pionero, que, sin embargo, obtendría el reconocimiento a título
póstumo.
El
volumen, editado con el primor que
caracteriza a la editorial
madrileña, reúne cuarenta y
seis poemas de bellísima hechura. Si
de lo viejo nace lo nuevo, el
personal estilo
de Innokenti Ánnenski
preludiará
las sendas que habrá de recorrer
la poesía rusa en el primer tercio del siglo XX.
Entrando
de lleno en el libro, podemos observar que los
tres primeros poemas tienen en común ese sentimiento de tristeza al
que alude el título,
asociado a la lluvia, al recuerdo y al tiempo, evocaciones
de lo efímero:
“Siento
pena por el último instante de la tarde:
allí
está el pasado, el deseo y la melancolía,
lo
que viene, la tristeza y el olvido.”
La
poesía de Ánnenski es colorista, en ocasiones irónica y aunque
transida de melancolía, es siempre vital, sus versos nos conmueven y
nos incitan a actuar: “si hay que cantar, hazlo como un
pájaro:/ con valentía, fuerza y soltura.”
Innokenti
Ánnenski, “el hijo débil de una generación enferma”,
hace gala de un tono confesional, directo,
que en ocasiones recuerda
a posteriores poetas rusos, como
Marina Tsvetáieva, pero en su caso ese
tono resulta
vanguardista, casi
premonitorio, veamos un
ejemplo:
“Pienso
que mi corazón es de piedra,
que
está vacío y muerto,
no
sentirá nada aunque las lenguas
de
fuego se paseen por él.”
Pero
hay dos temas que planean constantemente sobre todo el conjunto: el
paisaje, como reflejo del tortuoso interior del poeta, y la muerte,
que se materializa en sus múltiples formas (fosa común, testamento,
sueño). También la naturaleza adopta un papel primordial en su
obra, así la primavera y el otoño se asocian con las estaciones del
hombre en dos romanzas, la primavera con la juventud: “Aún no
amas, pero créeme:/ no podrás no amar...”; y el otoño con la
senectud: “Aunque el sol se oculta en la bruma/ me fatiga su
calor.”
Emoción
y elocuencia es lo que destilan estos poemas que, gracias a la
encomiable labor de Natalia Litvinova, estimable poeta, alcanzan en
nuestro país el lugar de excelencia que ocupan en la poesía rusa
contemporánea.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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