Reseña de Rafael Correcher Haro en su blog El azul de los lápices:
No es más la poesía de Gregorio Muelas que un lúcido tránsito entre la vida, el amor y la muerte. ¿No es más?
Que sencillo y que apresurado resulta, a veces, el comentario, la yema de los dedos que pasa sobre las palabras que ha escrito el poeta. Parece fácil descifrar, reconocer en unas simples líneas, el trabajo que implica una actitud, un modo de ver las cosas, una mirada, el mundo, de una manera diferente, el dolor y la celebración que acompañan siempre nuestra memoria.
La voz clara, auténtica que puedes escuchar en “AUNQUE ME BORRE EL TIEMPO”, este poemario refundido de Gregorio Muelas Bermúdez, desgrana, es más, desafía con generosa sencillez, esos itinerarios vitales, esos territorios con voluntad de permanencia, de construcción de una identidad que se reconoce autónoma en la palabra, que no espera sino recorre y no se limita a pasar sobre los hechos porque efectúa un análisis desde la inteligencia pero también desde las intuiciones del poeta, desde su humanidad, combinando con solvencia ambos elementos.
Así Gregorio en su trabajo plantea una temática clara: el sentido de la vida aunque no existan certezas porque una sola conocemos, pero aún así nuestro amigo nos adelanta que siempre queda una puerta abierta, una postura que exige compromiso, que no se deja vencer por el óxido del tiempo y sabe, y nos hace partícipes, es más, nos advierte en su poema “Canto” que “habrá que desandar caminos, reinventar historias, lamentar y no olvidar el pasado” que es el origen de nuestro presente.
Gregorio, como ya dije, es un poeta “humano” y está junto a nosotros pues no se esconde tras vericuetos y recursos de oficio, su poesía es auténtica y luminosa porque descubre y pregunta, es un viajero más hacia Ítaca, hacia la verdad y la crudeza de la existencia y su lenguaje es aparentemente fácil, próximo al lector que reconoce como el poeta le tiende la mano sin trucos, con una sinceridad digna de agradecer. Pero también encontré en esta lectura ecos machadianos, reflejos de Montale, indicios de Quasimodo y de Juan Ramón Jiménez y también puentes tendidos a otras disciplinas artísticas como la música y el cine, Bach y Tarkovski o Ingmar Bergman e incluso la caústica presencia de Emil Cioran, un aliciente más, sin duda, para abordar la lectura de esta obra que nos ofrece Gregorio Muelas.
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