La mano pensativa
Blas Muñoz Pizarro
Ediciones Fecit, Pamplona, 2012
Blas
Muñoz Pizarro es un poeta polivalente que no sólo domina con
maestría los metros clásicos de la lengua castellana, como la
décima y el soneto, sino que se aproxima a formas tan exóticas como
el haiku, el senryu y la tanka, así sucede en La mano pensativa,
donde practica las estrofas japonesas con verdadero ingenio, de hecho
con este poemario obtuvo el Premio del XXVIII Certamen Poético
“Ángel Martínez Baigorri” 2011, convocado por el Exmo.
Ayuntamiento de Lodosa (Navarra), un reconocimiento que se suma a los
muchos conseguidos por el poeta valenciano, que evidencian la
indubitable calidad de un autor llamado a perdurar en el tiempo.
Ediciones
Fecit se encarga de la publicación, con una ilustración de cubierta
de Susana Benet, que acompaña el sugerente título con un almendro,
y que firma además, como especialista en la materia, un excelente
prólogo donde se hace eco de la popularidad de un género que
encuentra en Blas Muñoz Pizarro a un digno cultivador, que lo aborda
con respeto y acierto.
Tras
una dedicatoria a sus compañeros de “El limonero de Homero”,
Blas Muñoz inicia el poemario con un soneto de impecable factura,
que además de titular e introducir el conjunto, vehicula su
contenido dado que canta a los cuatro elementos, y a ellos se
consagran los restantes apartados del libro, que divide en tres
bloques: el mencionado “Inicio”, compuesto por el soneto
homónimo; “Tal vez otra luz”, que subdivide en tres apartados
dedicados a cada una de las formas clásicas japonesas y que
constituyen el grueso del poemario; y un “Final (Para el fuego)”,
constituido por un único poema donde el pincel tinta los versos que
acabarán siendo pasto de las llamas, en una actitud consecuente con
el espíritu nipón de integridad y despojamiento.
El
primer bloque, que lleva el significativo título de “Haikus de la
piedra en el agua”, está constituido por veinticinco composiciones
de factura clásica, de acuerdo con el canon occidental de tres
versos de 5-7-5 sílabas. Como haijin que se precie, Blas Muñoz se
hace eco de los acontecimientos de una naturaleza cambiante, siempre
viva, que nos sorprende a cada paso con la humildad del milagro
cotidiano, sencillo, ese que pasa casi inadvertido y se ofrece de
continuo al privilegiado espectador que lo sepa descifrar entre el
fulgor y el ruido, Blas Muñoz observa en silencio y nos regala ese
milagro en tinta negra, he aquí un par de bellísimos ejemplos:
“Vuelve
a llover.
Se
desbordan los cálices
de
los narcisos.”
“Brisa
nocturna.
El
mar huele a naranjo
y
a jazminero.”
En
el segundo
bloque, titulado
“Senryus del sueño de la
tierra”, Blas Muñoz nos
vuelve a ofrecer
veinticinco composiciones, que siguen la misma estructura que el
haiku pero con diferente punto de vista, aquí es el hombre (y
sus circunstancias)
el protagonista de los versos, incluso las cosas adoptan gestos
humanos, o éstos se asocian con algún elemento de la naturaleza que
lo reemplaza o complementa para reproducir
un determinado estado de ánimo o
sentimiento, como
la soledad o la nostalgia. Veamos algunos ejemplos:
“Siempre
recuerdo
canciones
olvidadas
cuando
te alejas.”
“En
mi recuerdo
mi
padre aún las teje:
sillas
de anea.”
En
el tercer bloque,
“Tankas
de la sombra del fuego”, Blas
Muñoz vuelve a reunir
veinticinco composiciones de un género poco practicado, y no siempre
con el rigor necesario, en nuestro país, sin embargo el autor
valenciano sale airoso
de tan difícil empresa gracias a que
adopta el talante que
requiere este tipo de composición milenaria que tanto arraigo tiene
en la cultura japonesa. De nuevo se
ciñe al canon clásico de cinco versos de
acuerdo con el esquema métrico
de 5-7-5-7-7 sílabas, donde
un pensamiento se origina a partir de un hecho externo que lo evoca o
lo provoca, he aquí una magnífica muestra:
“Una
flor seca
ha
caído de un libro
que
te dejaste.
Señalaba
un poema
que
aún habla de regresos.”
En
definitiva, Blas Muñoz Pizarro hace gala de su oficio en un volumen
atípico en su trayectoria literaria pero que como el mismo autor ha
afirmado en ocasiones, supuso un verdadero respiro en su enjundioso
quehacer poético, realmente exigente y llamado a trascender como la
mirada objetiva que requiere el haiku y que dirige esa mano que
traduce en versos lo observado para el goce estético del lector
atento.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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