Donde está el fuego 3
VV. AA.
Cuadernos de humo, Brooklyn, NY, 2016
Cuadernos
de humo, el proyecto editorial que el escritor toledano Hilario
Barrero dirige desde Brooklyn, Nueva York, llega a su número once
con la tercera entrega de la serie Donde está el fuego. De
nuevo nos encontramos con un pequeño gran libro, pequeño por lo
modesto del formato y grande por los poetas y el
artista invitados a
participar en él. Con la elegancia y sencillez que caracteriza a los
títulos publicados anteriormente, éste se nos presenta con un
sugerente dibujo
de portada que recrea
una parte del celebérrimo skyline de la gran urbe estadounidense,
obra de Javier Crespo, que enmarca la nómina de dieciséis
poetas colaboradores, todos
de primera fila.
Como
es costumbre el presente
número viene bellamente
ilustrado por nueve dibujos de Hilario Barrero, que
toma un verso del poeta mexicano José Emilio Pacheco para subtitular
la Serie: “si llegó a arder e iluminar con su llama”.
A continuación unas breves e intensas palabras de agradecimiento
de Hilario Barrero, a modo de
prólogo, que titula “Verano y humo”, dan
paso a unos poemas, en su mayoría inéditos, donde cada autor deja
traslucir su particular estilo.
Comienza
Miguel Veyrat con “La
primera mujer”, donde traza una analogía entre nube y género para
hablar de “hombres y mujeres que van/ juntos a dar en la
vida que fue el/ morir”. A
continuación Felipe Sérvulo habla desde el “helor de mi
habitación” para domesticar
el frío de la ausencia “en
una ciudad lejana”, como Tokio
“por poner un ejemplo”.
José Luna Borge también habla de la nieve en “Copo a copo”, con
la nostalgia de una alegría blanquecina. A la memoria de la
novelista Carmen Martín Gaite dedica Alfredo J. Ramos el soneto
blanco “Miss Lunatic”, que cierra con un bellísimo estrambote:
“(Ahora
se ha ido. Amigo, si la ves,
dile
que aquí, en la isla de Manhattan,
llora
la estatua de la libertad.)”
Una
cita del Conde de Villamediana introduce el poema “Del amor que nos
ata”, donde Antonio del Camino habla del amor como “un
milagro (cotidiano, brillante,
sencillo) que vuelve cada día,/ y es voluntad, al tiempo
que destino.”. Santos
Domínguez toma una cita de Eurípides para titular su poema
“Indecible muchacha”, donde
evoca
a Perséfone “en la noche de Eleusis”.
La mexicana Pura Salceda nos
ofrece una muestra de su peculiar estilo en “Apalabrado”. El
gaditano José Manuel Benítez Ariza plasma una visión de la muerte
a vista de “Buitre”: “En la trama armoniosa del
paisaje/ la muerte es sólo alguna/ mancha que eliminar.”.
Olga Bernard es la autora del poema más extenso del cuaderno, en
“Juegos y torres” hace recuento de libros y de daños “pues
cada cosa acaba de una forma/ pero siempre se acaba.”
En “A deshora” Alejandro Castroguer retrata el silencio más
hondo, el que se alarga entre dos piezas de piano interpretadas con
“el corazón en la punta de los dedos”
tras la detonación de una pistola detrás del instrumento. Vicente
García aporta dos poemas breves e intensos: “Oficio de escribir”
y “Canción en el vacío”. Marcos
Tramón se enfrenta al espejo como “un mimo triste”
en “Edad”, y Antonio J. Quesada se sirve de una estrofa de Idea
Vilariño para decirse “Yo” “de algún modo”.
Mención
aparte merecen los poemas de Toni Montesinos Gilbert y Rosario
Troncoso, por su gravedad y tono. El autor barcelonés declara “una
tregua para que el Dolor sufra/ por su cuenta, en privado y en
silencio” con el objeto de
durar siempre, y
en “Constantes vitales”
Rosario Troncoso pretende “mantener caliente
//el hálito de junio”
consciente de que con la edad
se acerca el invierno y la
espera del calor se hace más larga.
Por
último, culmina
el cuaderno una antología de poesía infantil, bajo el título
“Cartilla escolar” Antonio Gómez Yebra reúne
cinco poemas, que abre con
una nana para un bebé prematuro
y continúa con la
denuncia del abandono, la negligencia, la mímesis y el abuso,
precedidos por una bellísima ilustración de portadilla de Javier
Crespo.
Una
sucinta bio-bibliografía de los poetas y el
artista invitados cierra una
edición limitada de cincuenta ejemplares, que, sin duda, hará las
delicias de los afortunados
lectores que aprecien
el libro como obra de arte y objeto de culto.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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