Artículo publicado en el Nº 53 Utopía/ Distopía de la Revista Cultural de la Asociación Sede:
Desde
Tomás Moro a George Orwell el ser humano ha sentido la tentación de
idear mundos maravillosos o infernales como alternativa feliz o
proterva a la realidad y circunstancias de su época, esa necesidad
de evasión o denuncia denota siempre una inquietud hacia un futuro
incierto. Recordemos que Tomás Moro vive en un mundo dominado por
una nobleza depredadora, que devora sin piedad los recursos generados
por un pueblo depauperado por esa insaciable ansia de poder
territorial y económico, y que George Orwell es testigo de una
conflagración mundial que ha removido los cimientos morales del
hombre contemporáneo. Partiendo de contextos muy diferentes ambos
comparten esa misma inquietud que les conduce a reflexionar sobre un
hipotético nuevo orden de cosas, así Tomás Moro imagina una
isla-nación ideal para superar las desigualdades de la sociedad de
su época, y George Orwell prevé las nefastas consecuencias de un
nuevo tipo de guerra, la “guerra fría”, en la que la pugna por
los territorios y recursos estratégicos estará destinada a afianzar
la supremacía de las nuevas superpotencias. Orwell teme una ruptura
del frágil equilibrio existente y el advenimiento de un gobierno
supraestatal, enconado y vigilante, capaz de ejercer un control
absoluto sobre el ciudadano y su esfera privada, una nueva forma de
dominio total que pretende aplastar y someter la voluntad de los
“ciudadanos” para reducirlos a la condición de meros números
con el fin de satisfacer las necesidades del nuevo estado represor y
totalitario.
Como
otras grandes ficciones distópicas, véase Un
mundo feliz (1932) de
Aldous Huxley o Fahrenheit
451 (1953) de Ray
Bradbury, Orwell apela a la voluntad y el individualismo como únicas
formas de superación del adocenamiento y la sumisión impuesta por
la dictadura de los grandes partidos. Sin embargo, Orwell no es
pionero, sino epígono, antes el escritor ruso Yevgueni Zamiatin
había descrito ese mismo temor en una novela premonitoria, Nosotros
(1921). Zamiatin se
había adelantado dos décadas a la reflexión orwelliana al saber
entrever con aguda inteligencia las terribles consecuencias de un
régimen como el bolchevique, autocrático e imperialista, que
degenerará en un neozarismo narcisista merced a la figura mesiánica
del líder, convertido en salvaguarda y héroe de la nación al que
todos los ciudadanos deben rendir culto y pleitesía. Esta
inspiradora novela abriría todo un subgénero en la ciencia ficción
política.
En
estas obras nos encontramos habitualmente sociedades plenamente
instauradas y fundadas sobre bases autoritarias en pleno
funcionamiento, donde surgen individuos singulares que destacan sobre
la masa y “despiertan” de una conciencia adocenada y aletargada,
que desarrollan una actitud o pensamiento crítico sobre la realidad
circundante, es el caso de John el Salvaje, Winston Smith o Guy
Montag, héroes antisistémicos capaces de amenazar la continuidad de
un estado represor e impostor y de concienciar a sus semejantes para
afirmar su individualidad y conseguir una ruptura liberadora con un
mundo “perfecto”.
Ahondando
en la degeneración, un aspecto interesante a comentar es el de la
utopía que acaba mutando en distopía, una metamorfosis perversa que
será consecuencia de la manía
casi inherente al ser humano de concentrar el poder en manos de unos
pocos privilegiados. Veamos algunos ejemplos que la literatura y el
cine nos ha legado. En el primero de los campos es el propio Orwell
quien nos ha ofrecido el mejor ejemplo en su novela satírica
Rebelión en la granja
(1945), una sabia
parábola sobre los peligros que entraña el comunismo. En el cine,
tal vez el mejor ejemplo lo encontramos en la película La
fuga de Logan (1976)
de Michael Anderson, basada a su vez en la novela homónima de
William Nolan y George Clayton Johnson, que en su adaptación
cinematográfica alcanzó mayor fortuna, y que se constituye en
verdadera expresión de huida de un mundo en apariencia idílico,
volcado en el ocio y el placer, y en fondo maquiavélico, sometido a
la dictadura de las computadoras.
En
este sentido no podemos concluir sin plantear otro aspecto que afecta
directamente a la realidad que hoy en día vivimos, que no es otro
que el de la materialización de todas esas inquietudes en las
incertidumbres que genera en la actualidad un sistema como el
capitalista. Podríamos hablar de utopía dentro de la distopía y
viceversa pues si observáramos desde el otro lado del espejo
podríamos constatar que lo que a priori supone una distopía para la
inmensa mayoría, para una minoría interesada que detenta el poder
supone todo lo contrario. En este sentido ¿no es el capitalismo un
sistema “utópico” que una minoría de prohombres tienen interés
en preservar a toda costa para continuar detentando el poder por
tiempo indefinido? y ¿no es la actual crisis un punto de inflexión
necesario para frenar esa degeneración progresiva hacia una
“distopía” de imprevisibles consecuencias para el futuro de la
humanidad?
La
historia nos enseña y de nosotros depende aprender de ella para no
incurrir en los mismos errores de nuestros antepasados. Sin duda la
experiencia sigue siendo la mejor ciencia.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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